Cada televidente tiene su
individual percepción frente a lo que tendría que ser entretenimiento televisado.
Algunos pensarán que cada canal tiene su propia forma de entretener. Otros
pensamos que no se puede pedir contenidos serios cuando el interés de las
productoras es económico.
Y en un país de violencia, donde el rating de los
noticieros se logra con las noticias judiciales más falsas y morbosas, es apenas
sensato pensar en entretenerse con programas como Protagonistas de Nuestra
Tele, antes que con la sangre del dolor ajeno. Porque la sangre y el espectáculo
de la guerra cansan. Lo cierto es que, por una parte
o por otra, por noticieros o por realitys, la verdad se escapa por entre los
ojos de los televidentes. Porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. O
mejor, no hay mayor ciego que aquel que perdió de su capacidad simbólica, la
semántica con que se hila el sentido de los referentes que determinan la
realidad. Y esa ‘ceguera’ la generan producciones como Protagonistas.
A través
de ‘marionetas’ cari bonitas, de famosa procedencia y de dudosa sexualidad, enganchan a un sin número de televidentes que inconscientemente
naturalizan la violencia y centran su atención en formas de violencia absurdas
y elementales: “prospecto de travesti de pueblo” gritó Elianis, “lesbiana fea” respondió
Oscar, y de ello se generó una oleada de
opiniones que puso a tambalear el Facebook y Twitter. Es decir, este tipo de programas hacen que la función
simbólica se desconecte eficazmente de la realidad material y de sus
características contextuales inmediatas, inducida por patrones de atracción visual, cimentados en emocionalidades sexuales y de dramaturgia.
Es absurdo pedir a productoras
como RCN y Caracol, presentar programas de contenidos serios cuando el fin de
éstas es netamente económico. ¿O por qué en el transcurso de este programa se
presenta el mayor número de comerciales? Lo realmente importante en este debate
es pensar qué educación para la
recepción tienen los televidentes colombianos. Lo pertinente es pensar qué necesitamos ver.
Si la teleaudiencia busca entretenimiento, por qué no hacer un entretenimiento
sano. ¿A caso el rating no lo damos los televidentes? Tristemente hay que
reconocer que la ignorancia en este aspecto (en la recepción y en muchos otros aspectos por supuesto) franquea las fronteras
del respeto, burla la criticidad constructiva de algunos que piensan la televisión y mofa la urgencia de divulgar verdades necesarias, negadas a costillas del dolor y el miedo de una
teleaudiencia que se niega a sí misma, que omite su propia realidad.
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